La Comunión de los Santos
La familiaridad y amistad que Gio tenía con ciertos santos, beatos y venerables, era extraordinaria. Se le presentaron gradualmente
en su peregrinación terrenal, a través de viajes, encuentros, libros, películas, reliquias y, a menudo, mediante pequeños signos.
Gio le dijo a su madre que todos habían sido enviados
por la Virgen María porque ella sabía qué santo necesitaban.
Gio quería mucho a los niños y jóvenes santos:
Nennolina (Antonietta Meo), la primera que conoció al año y medio de edad.
Francisco y Jacinta, de los cuales cuando era mayor repetía a menudo la oración que les enseñó el Ángel.
Santo Domingo Savio, cuyo lema "la muerte, pero no pecados" recordaba.
Santa María Goretti, invocada por saber perdonar siempre, sobre todo en los momentos de ensañamiento terapéutico.
Santa Inés, una mártir muy joven, de nombre sugerente; por la cercanía a su casa de Roma, Gio asistió dos veces a su fiesta en la basílica de Santa Inés Extramuros; y en otra ocasión rezó ante la reliquia de la pequeña mártir conservada en la iglesia de Sant'Agnese in Agone.
San Gabriel de la Virgen de los Dolores, era conocido por Gio a través de los relatos de su madre, que frecuentaba el santuario con motivo de las exposiciones bienales de arte sacro, atraída por la fresca santidad de Gabriel debido al devoto amor del santo por la Virgen de los Dolores. Gio le rezaba para que entregara sus lágrimas a la Madre Celestial.
De San Luis Gonzaga, pidió a su madre que le leyera la carta de despedida y de amor a Jesús y a su madre, que el joven santo escribió tras contraer la peste por amor a sus hermanos.
Comunión con muchos amigos santos
Los santos Juan Bautista y Evangelista, los fidelísimos de Jesús cuyo nombre llevaba, decía que estaban siempre con él.
San Pío de Pietralcina, a quien visitó dos veces en peregrinación, estuvo a menudo presente con imágenes o medallitas encontradas por casualidad en los momentos cruciales de las decisiones terapéuticas y cuando el sufrimiento era más intenso.
La Madre Teresa de Calcuta, le acompañó siempre, incluso en las circunstancias más impensables y en el último año también a través de las hermanas de su Orden, las Hijas de la Caridad, quienes rezaron mucho por Gio. Él la invocó como madre de los pequeños que le habían sido confiados, especialmente de los niños no nacidos.
San Francisco de Asís era muy querido por Gio, que le llamaba el santo de los pies descalzos y le había hecho particularmente sensible a los pobres. Además, Francisco acudió al rescate de su familia en un momento económicamente difícil y oscuro, al no poder encontrar un hogar en Nueva York para continuar las terapias. Después de encontrar en la calle un marcapáginas de acero con las palabras de San Francisco de Asís escritas en él: "Toda la oscuridad del mundo no puede apagar la luz de una sola vela", de vuelta a casa recibieron una llamada telefónica de un querido amigo que les había encontrado un hermoso alojamiento.
Durante su larga estancia en el OPBG (Ospedale Pediatrico Bambino Gesù), Gio recibió una reliquia del purificador utilizado por el santo durante las celebraciones en el Policlínico Agostino Gemelli, que fue colocada bajo su almohada. Al salir del hospital, Gio fue a saludar a San Juan Pablo II en la Basílica de San Pedro, cuando su tumba estaba en la zona subterránea. Una visita especial, íntima y con muy poca gente presente.
En Roma, la hermana Celeste encontró una cruz de San Benito en la calle, lo que les dio la oportunidad de implorar su protección contra el mal.
El día de San Antonio de Padua, Gio recibió su Primera Comunión y desde entonces le llamaron el santo guapo con el niño Jesús.
San José, a quien conoció en la parroquia de Roma, entró poderosamente en la vida de Gio gracias a Bárbara, una mujer de gran fe y amiga de las hermanas dominicas contemplativas y de sacerdotes amigos de Nueva York. Todos los días, desde marzo de 2011, se encomendaba al santo como a un padre bueno…cuando se supo que Gio moriría en esta vida terrenal, muchos rezaron junto a su madre por una bella muerte de Gio, encomendándoselo especialmente al santo.
A San Judas Tadeo, el santo de los casos más difíciles quiso encomendarse con ocasión del sacramento de la Confirmación, cuando los médicos habían decretado su muerte inminente, y que en cambio dio paso a una recuperación extraordinaria.
A San Juan María Vianney Gio encomendaba a sus amigos sacerdotes.
A San Juan Bosco le confiaba sus pequeños amigos.
A su madre, Gio le indicaba a Santa Catalina de Siena, para que rezara por los sacerdotes como ella lo hacía, amara a toda la Iglesia como ella la amaba y cuidara a los enfermos como ella los cuidaba.
De Santa Teresa de Ávila, Gio vio con su madre partes de una serie de televisión en español sobre la vida de la santa y un día la describió como la que tuvo la experiencia mística de descender a los infiernos.
De Santa Teresita del Niño Jesús y de la Santa Faz, la mamá le leyó Historia de un alma mientras Gio estaba en coma inducido en cuidados intensivos y posteriormente el padre Enrique también le habló de ella.
Gio vio la película sobre la vida de Santa Josefina Bakita durante unas vacaciones en el Véneto, en la granja de su abuelo, y repitió sonriendo la frase "el patrón quiere a todo el mundo, abuelo".
Gio conoció a Santa Bernadette cuando, de camino a hacerse una prueba médica, pudo venerar sus reliquias y asistir a la misa por los enfermos en la Basílica de Santa Maria Maggiore (11 de febrero de 2010). Al año siguiente, visitó su casa durante una peregrinación a Lourdes.
Un amigo le habló de San José Moscati durante la segunda peregrinación a Medjugorje y, a partir de ese momento, Gio le confió “sus” médicos, a algunos de los cuales les regaló la película sobre su vida.
Gio, de regreso del hospital de día en el OPBG, a veces se detenía para ir a misa los días laborables en Santa Maria della Pace, la iglesia prelaticia del Opus Dei, donde se encuentra la tumba de San José María Escrivá, y donde una vez conoció al padre Flavio Capucci, quien le regaló una estampita con la reliquia del beato Álvaro del Portillo.
La película sobre la vida de San Felipe Neri era una de las favoritas de Gio. La veía a menudo y le gustaba tararear la canción "Prefiero el Paraíso".
Después de ver la película de Luc Besson sobre Santa Juana de Arco, se le ocurrió una expresión que abría un atisbo al misterio de su vida interior: "Caballero de Dios, que oye voces como yo", decía con gran normalidad.
Conoció la oración de la corona angélica gracias a un joven nigeriano que trabajaba como guardia de seguridad en el rascacielos donde vivían. A partir de entonces, esta oración también se convirtió en habitual para Gio, especialmente en los momentos de mayor dificultad o sufrimiento.